Por alguna razón que aún no logramos entender, al aparecer las tecnologías de Internet y sus diversas aplicaciones, se determinó que las reglas de los negocios, la forma de hacer los mismos, y las herramientas que los soportarían, habían cambiado radicalmente.
No hay que mirar muy lejos para recordar el «estallido de la burbuja de Internet», donde se hizo caso omiso a la premisa básica que una empresa y/o negocio que no generara ingresos mayores a los egresos, tendería a desaparecer. La formalización de los negocios, que antes llevaban un buen número de documentos legales, ahora se efectúan con un apretón de manos y es suficiente.
De la misma manera, hoy se pretende, no por pura pretensión, sino por imposiciones del mercado, la competencia y muchas otras razones, que las herramientas que soporten los negocios también se desarrollen con la mayor informalidad y rompiendo las reglas básicas que por años han permitido elaborar herramientas coherentes.
Sin embargo, y aunque nuestra carrera profesional se ha desarrollado en su mayoría como agentes del cambio, hasta que la tecnología que se implemente no sea para ser utilizada por seres humanos, habrá que seguir lo aprendido para garantizar el logro de los objetivos al implementar la tecnología.
Cuando se desarrolla un proyecto de tecnología informática, es indispensable desde el principio dejar los objetivos claramente establecidos. Estos objetivos deben ser en función de las estrategias del negocio, y no de la tecnología en sí misma. La tecnología informática es desarrollada por técnicos, que, si no se dejaran llevar por la tecnología misma, no harían bien su trabajo. En el otro extremo, están los gerentes y dueños del negocio, que realmente poco entienden, o requieren entender de la tecnología, sino más bien del impacto que tendrá en su negocio y sus resultados, que de esto si saben.
La hora de la verdad se da en el paso de proyecto, a ser un sistema «en producción». Es decir, moviendo los hilos del negocio a través de la tecnología implementada. Y es en este momento de la verdad que afloran los mayores temores al cambio. La reticencia que se tiene al inicio de los proyectos, y que se va manejando durante el mismo, renace al momento de responder por la labor, con base en la nueva tecnología.
El mayor temor se da por la falta de participación en los procesos de definición, y la falta de directivas involucradas para transmitir y refrendar la importancia estratégica de la tecnología a implementar.
Aunque es indispensable que desde el comienzo del proyecto se tenga el apoyo gerencial incondicional, en la etapa de tránsito de proyecto a producción sí que es necesaria. Es en este momento donde se deben tomar decisiones de concurrencia, ¿qué tanto tiempo estaremos con los sistemas viejos y los nuevos operando en paralelo?, ¿hasta cuándo tendremos necesidad de los ingenieros del proveedor de la solución instalados en nuestras oficinas?, y más importante aún, ¿cuándo podemos empezar a disfrutar de la ventaja competitiva que se está desarrollando para ganarle el paso a la competencia?
Al adentrarnos en los proyectos, y en especial los de tecnología de punta, se nos hace agua la boca la perspectiva tecnológica, la investigación, y hasta la trasnochada probando algo nuevo. No se puede perder de vista que todo ese esfuerzo no se nota en los estados financieros de la compañía, hasta tanto no se ponga en manos de los usuarios finales, quienes han debido participar desde el principio para comprometerlos con la solución, y quienes son los responsables del logro del objetivo inicial.
Es fácil caer en la tentación de dejar que los proyectos de tecnología «duerman» en su tránsito de proyecto a producción, pero también muy peligroso.
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Por: Jose Camilo Daccach